jueves, 16 de octubre de 2008

“Los discursos no son neutros: hay contextos que los tiñen”

Respecto de los discursos tengo una opinión muy particular (entendiendo al discurso como “el razonamiento sobre algún tema que se lee o pronuncia en público”). Creo que no son efectivos. Como instrumento para comunicar, siento que no cumplen el objetivo. Salvo cuando presentan un cuadro completo de las situaciones que rodean el tema central del discurso.

He preparado y he oído varios discursos en mi vida, en distintas situaciones: en una licenciatura, en una despedida de alumnos, en matrimonios, en eventos cristianos, etc. Y me puedo percatar de algo… uno produce el mensaje desde un punto de vista lleno de positivismo. En esos momentos se trata de cautivar al público oyente. La idea principal es darles algo que los inste a aplaudir, algo que sea agradable al sus oídos. No vamos a preparar un discurso, hecho con el ánimo de encarar aspectos negativos de una situación o relación. No, aún no he escuchado un discurso con esas características. Bueno, eso es, precisamente, lo que quita un poco de objetividad al tema central de los discursos. En los momentos de preparación de este, el fin principal es decir algo agradable (aun cuando la mayor parte de las circunstancias o situaciones que contextualizan el tema o la relación hayan sido poco gratas).

Además, está el hecho de cómo lo perciben los oyentes… los receptores del mensaje. Ellos reciben el mensaje desde su punto de vista. Y si ese punto de vista no está calibrado con el del emisor, la idea de expresar algo con esta herramienta es poco efectiva. Este es el primer argumento que apoya el encabezado. Por ejemplo: Si en un discurso expreso alegría por logros de un grupo cualquiera y mi actitud hacia ese grupo fue displicente (gran parte del tiempo), lo más probable es que todos los oyentes piensen en que estoy siendo cínico al expresar esa “alegría”…. Aun cuando (y puede darse el caso), en una muestra de altruismo inmensa de mi parte, sienta realmente la alegría descrita.

En una ocasión tuve que preparar el discurso de despedida a los cuartos años medios del liceo en el trabajo. El problema es que no lo leería yo. Lo haría una colega. Preparé el discurso desde mi realidad con los cursos involucrados en la ceremonia, “realidad” que no era la misma de mi colega. Eso se notó en el discurso. Los énfasis en ciertos temas no fueron respetados. Obvio, ella no tenía por qué saber cuál era la intención de mis palabras. Habían sido escritas desde mi punto de vista, desde mi “contexto”. De hecho, un alumno (que conocía la planificación de la licenciatura, pues el también participaba) se me acercó y me dijo: “profe, debió haber leído, usted, su discurso”.

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